martes, 12 de enero de 2010

FAR WESTEKO EUSKAL HERRIA (ASUN GARIKANO)

Entrevista publicada en el periódico Noticias de Gipuzkoa el 11 de enero de 2010. Redactor: David Mangana.

"La tercera generación de vascoamericanos es la que reprocha a padres y abuelos haber perdido las raíces", Asun Garikano filóloga, traductora y autora de "Far Westeko Euskal Herria"
Ellos lo hicieron en barco. Ella en avión. La filóloga y traductora tolosarra Asun Garikano viajó hace dos años a Nevada (EEUU) y trajo consigo copos de historia. La de los vascos que construyeron su vida en el Lejano Oeste. Sus ecos se escuchan en 'Far Westeko Euskal Herria', editado por Pamiela
El Lejano Oeste evoca imágenes de carreras de carromatos para clavar la bandera en tierra. Algunas de ellas, al parecer, fueron portadas por vascos. "Había más de los que imaginábamos", asegura.
¿Cómo surgió el libro "Far Westeko Euskal Herria" (Pamiela)?
Yo había oído hablar de las tremendas historias de los pastores vascos del Oeste. Empecé a investigar y fue un descubrimiento para mí que había habido, previamente, buscadores de oro, conductores de diligencia, vaqueros... En principio, tenía la idea de hacer un trabajo sobre el testimonio escrito de la migración, pero cuando empecé a leer sobre el Far West vi que, para empezar, en todos los libros de historia se menciona a los vascos. Son una referencia constante. Ahí había un mundo desconocido.
Un viaje dentro de un viaje. El "a priori" desencadenó cosas nuevas...
Empecé a leer... Tenía en la cabeza buscar textos interesantes que luego pudieran ser presentados en las escuelas, para mostrar el tema de forma atractiva. Buscaba historias. El acercamiento era el que me correspondía por mi formación y trayectoria. Soy filóloga y he dado siempre clases de lengua, literatura, traducción... No soy historiadora, ni socióloga. He intentado llegar a las fuentes, a los emigrantes o sus descendientes, y un hallazgo fundamental encaminó todo. Encontré en casa de una amiga -unos vascofranceses que viven en California- un manuscrito de una mujer, Joan Errea, en el que contaba la vida de su madre, que con 17 años había marchado a un remoto pueblo de Nevada. Había hecho el viaje sola. El inicio de la narración me pareció lo más intenso que había leído. Empieza en el trasatlántico y explica la red que conducía a todos los vascos a Nevada. La llevaba Valentín Agirre, que tenía un hotel en Nueva York, una especie de agencia de viajes. Siempre mandaba a alguien al puerto por si había llegado algún vasco. Iban a su hostal, luego les ponía carteles en la txapela, en la chamarra, les dejaba en la estación de tren y así les decían dónde se tenían que bajar. El viaje duraba cuatro o cinco días y es el que hizo esta chica para encontrarse con su hermano, que no salió a buscarla. Pasaba muchas veces. Si eran pastores no podían recibirles. Se narra su desamparo total, pero en la mayoría de zonas había un hostal vasco donde les ayudaban.
¿Tuvo mucho volumen de información?¿Cómo lo manejó?
Cuando leí esta historia empecé a buscar en los archivos del Center for Basque Studies de la Universidad de Nevada. ¿Habría más? La respuesta es este libro más cantidad de material que ha quedado fuera. Hay muchas narraciones que no han sido publicadas, que la gente ha escrito para sus hijos, para sus nietos, para que recordaran. He encontrado correspondencia, como la carta de una abogada de Las Vegas que, ya mayor, escribió cinco folios contando su infancia junto a un hotel vasco en Mountain Home, Idaho. Cosas de ese tipo. Era el lugar indicado. Podía consultar toda la prensa de finales del XIX y principios del XX en microfilms. Y de ahí viene el título del libro, de un semanario que se publicó en Los Angeles de 1893 a 1897, el Kaliforniako Euskal Herria, publicado íntegramente en euskera. Es una gozada en todos los sentidos. ¡Estás leyendo en euskera el ataque a un tren de los indios...!
¿Incluye noticias publicadas aquí?
De los dos sitios. Allí informan, por ejemplo, de las fiestas, de las reuniones de los 49s, los vascos que llegaron en la fiebre del oro, que se juntan en una cena en Los Angeles para recordar viejos tiempos. Allí ha habido costumbre de escribir testimonios. Y de mandar copia al Centro de Estudios Vascos. En uno, Frank Iparragirre, cuenta el susto que se llevó su padre al llegar al Oeste, mirar por la ventanilla del tren y no ver más que a chinos que trabajaban en el ferrocarril.
Como Colón en Las Indias...
Lo más fácil ha sido encontrar material publicado, como libros de Robert Laxalt. Luego están estas narraciones autobiográficas. Y la prensa en inglés y la de aquí. Es bonito el contraste. Mientras que lo que se publica aquí es casi siempre negativo, tratando de disuadir a los jóvenes, las noticias de Kaliformiako Euskal Herria, aparte de estar escritas en un euskera maravilloso, envidiable, son mucho más optimistas...
Esto demuestra que el que viaja se convierte en contador de historias...
El libro lo veo como un cofre de historias. El problema era cómo presentarlas. Durante los nueve meses me dediqué a leer y escoger material. No escribí. Al final, un narrador va hilvanando las historias, que son autónomas pero se pueden leer como una narración que comienza en 1848, cuando se descubre el oro en California, y acaba cien años más tarde, cuando la migración vasca acaba. El primer narrador cuenta el viaje por el Atlántico, el segundo la llegada, las deportaciones. El tercero el viaje en tren...
Es una "antología"...
Antología y narración. Y las fotos no son meramente ornamentales. Pete Aguereberry encontró oro en Death Valley y se incluyen fotos de la entrevista que le hicieron. Fotos de la cabaña donde vivió cuarenta años. Visitamos el parque y te hace pensar. ¿Ha habido vascos así? Otra de mis favoritas tenía el pie de foto: "typical basque pioneer woman".
Parece una época dura y a la vez mágica, ¿cómo la vivieron todos estos emigrantes vascos?
Una vez pasada la euforia del oro, están construyendo un país. Dominique Laxalt dice sentirse orgulloso de formar parte de ello. Y la red vasca era importante. En los pueblos de pastores, había hostales, restaurantes, con un papel fundamental. En cuanto tenían un día libre, acudían allí. Eran puntos de encuentro donde hablar euskera, donde se servían comidas de aquí...
Como una Euskal Etxea...
Sí, sí. Y la mayoría encontraban pareja allí, porque había chicas que iban a trabajar a ellos. Hay un trabajo sobre los hostales, que escribió Jerónima Etxeberria, Home away from home. Ahora, desde los 60 se hacen desfiles y fiestas, los vascos se han dado a conocer, pero desde principios del siglo XX, cada vez que se hace referencia a los vascos se repiten características que normalmente se les atribuían -trabajadores, gente de palabra- y, juntamente con eso, siempre se dice que es gente muy alegre. El texto de la abogada de Idaho -no de origen vasco- sobre su infancia en Mountain Home recuerda cómo espiaba desde la calle uno de estos hostales y veía a los jóvenes cantando y bailando. Esa alegría era lo único que le hacía soñar con otros mundos.
¿Visitó algunos de estos lugares?
Sí, y una de las particularidades de estos locales es que todavía se come family style. Mesas corridas...
¿Estilo sagardotegi (sidrería)?
Estilo sagardotegi, llegas y te sientas donde te toca. Eso se mantiene. El Basque Center, en Boise, es un lugar vivo. Se organizan coros, clases de dantza, de txistu, y otras manifestaciones que igual a nosotros nos parecen folklóricas, pero que para ellos son importantes. Para los vascos de segunda, tercera, cuarta generación que quieren mantener sus rasgos de identidad lo único posible es aprender esto. Todas las reuniones se acaban cantando. Y depende de dónde estés, cambia el repertorio. En Idaho, canciones de Hegoalde, de Bizkaia. En San Francisco, las de Iparralde.
En función de los asentamientos...
Y parece que no siempre se han llevado bien los de Iparralde y Hegoalde. En todos los fenómenos migratorios funciona la emigración en cadena. Un joven marcha allí y luego les paga el viaje a su hermana, a su novia, a sus primos... Al final en un pueblo de Oregon hay 20 chicos del mismo pueblo. Otra cosa sorprendente es lo jóvenes que eran, chavales de 16 años que iban a buscar un lugar donde vivir dignamente. A veces, coincidiendo con conflictos bélicos, pero normalmente por el mayorazgo. Uno se quedaba con el caserío y el destino del resto era meterse a curas o marchar a América. Y en América pensaban que todos eran pastores. A gente que no era de caserío, que nunca había cuidado de un rebaño, el primer día la dejaban con tres mil cabezas en medio del desierto. Cuenta Dominique Laxalt que lloraban sin parar.
Pasar de un entorno conocido a estar en medio de la nada...
Y la naturaleza aquí es más amable. Allí es realmente hostil. Aquí de Zalduondo a Galarreta puedes ir a pie -en otro tiempo hasta era habitual venir a Gasteiz a pie- y ellos hacían lo mismo para ir a los pastos en tal valle. Pero en medio había un desierto. La diligencia costaba no sé cuántos dólares. "Pues vamos a pie". Tuvieron que aprender.
¿El tono de los testimonios cambia en función de las generaciones?
La mayoría de textos están escritos en inglés por los hijos, que quieren dejar constancia. Un 60% del libro es traducción. Lo escrito por vascos, en muchos casos, son versos en euskera, narrativos. La primera generación quiso que sus hijos se integraran y era fundamental que aprendieran inglés. Ellos lo habían pasado mal, se habían sentido ridículos, ignorantes, y hacen que sus hijos hablen inglés, aunque ellos no lo hagan bien, para que no sufran por eso. La segunda generación es la que se integra en la sociedad, la que permite que sus padres también lo hagan. Y la tercera empieza a reprochar a padres y abuelos haber perdido las raíces, la lengua. Es la que se apunta a un curso de euskera, la que viaja al País Vasco...
El libro tiene tono antropológico...
He tenido la base del antropólogo Bill Douglas. Yo he hecho un marco para estas historias.
¿Cuándo lo sintió acabado?
Viene muy bien que la editorial te ponga plazo. Pamiela quería sacarlo para Durango, cosa que agradezco, porque estaría dándole vueltas todavía. En un trabajo así siempre vas encontrando cosas nuevas. Y era complicado ordenar los textos. Los he cambiado de lugar un millón de veces. Pero, tras nueve meses leyendo, todos los temas estaban ya en las historias que había escogido.
¿Cómo recuerda esa época?
Fue apasionante. Soy traductora y este tipo de trabajo da más libertad. Tenía la sensación de estar descubriendo un mundo desconocido. Hicimos amistad con vascoamaericanos que nos iban enseñando lugares. Y es muy positiva la experiencia de empezar de cero en un lugar, sin saber ni cómo funciona la ciudad, ni la gente. Sales todos los días de casa con una mirada fresca. Ahora me han dicho que se va a publicar el libro en inglés. Lo publica el Centro de Estudios Vascos de Reno. Será interesante ver qué les parece.
Igual exige una segunda parte...
Hay más historias. Esta misma mañana tenía un e-mail de Jon Barinaga -segunda generación-. Me manda la dirección del rancho de su hija, cerca de San Francisco. Se dedica a hacer quesos Baserri.
¿En qué anda trabajando ahora?
Doy clases en Irale de traducción a profesores. Colaboro en la revista Erlea. Surgirá algo para traducir, pero no tengo prisa. En tres meses vamos a pasar un tiempo a California. La Universidad de Stanford está en Palo Alto, que era el seudónimo de Pedro Altube, un oñatiarra de dos metros que marchó con su hermano Bernardo y construyó un rancho en Nevada que -ya no es de la familia- sigue siendo el de mayor extensión de Estados Unidos.
Será casi un estado...
Pasaban allí el verano y el invierno en su mansión de San Francisco. Altube tenía un lector. Todas las noches le leía historia, literatura. Le costaba el inglés. Tengo curiosidad por el tema. No había previsto este libro. Veremos qué sucede...

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