lunes, 9 de noviembre de 2009

RAMÓN OLASAGASTI PUBLICA LA PRIMERA BIOGRAFÍA EN EUSKERA SOBRE MANUEL IRADIER: AFRIKAKO ARIMAREN ESPLORATZAILEA


Ramón Olasagasti publica Afrikako arimaren esploratzailea, la primera biografía del expedicionario en lengua vasca.

Es una figura fascinante, por su fuerza de voluntad, por su afán de explorar desde pequeño. África es como una enorme esponja que finalmente acaba por absorberte. Contraes la malaria o la disentería y, hagas lo que hagas, si no lo haces sin parar, terminará por pisártelo la jungla. Negro o blanco, aquí tienes que luchar cada momento del día. La actriz Katherine Hepburn resumió así su experiencia durante el rodaje de La reina de África, a las órdenes de John Huston.
El continente negro, coinciden quienes se han dejado atrapar por él, es una pelea continua, un lugar donde no hay sitio para el desaliento, pero capaz de recompensar con oro puro tanto sufrimiento. Así lo retrata también el periodista Ramón Olasagasti en Afrikako arimaren esploratzailea (Elkar), la primera biografía en euskera de Manuel Iradier y Bulfy, el más importante expedicionario vasco y español del siglo XIX.
Aunque la historia de las expediciones coloniales de la época no le coloca en el olimpo de los Livingstone, Stanley, Burton y Speke, tanto su tesón como el objetivo científico de su odisea dieron un sello muy especial a sus hazañas. Y es que, cuando las potencias coloniales enviaban a la conquista a auténticos ejércitos equipados y promocionados por sus países, el soñador Iradier emprendió el rumbo hacia África sin ayuda oficial, ligero de equipaje y de dinero y en la única compañía de su mujer Isabel y de su cuñada Juliana. Tenía sólo 20 años.
Su figura me pareció siempre fascinante, por su fuerza de voluntad, por su afán de explorar desde pequeño. Fue un aventurero total al que, al final, de su vida, todo lo relacionado con África terminó por causarle dolor, resume Olasagasti. Recorrió el continente de Sur a Norte, desde Ciudad del Cabo hasta Trípoli, y ni siquiera las más adversas circunstancias -innumerables encontronazos con los nativos más belicosos de la selva guineana, ataques de fiebre o el acecho de ratas, serpientes y arañas venenosas- le hicieron desistir de su empeño colonialista.
Quería, por encima de todo, adentrarse en el alma de África, a la que no la veía con los ojos del explorador blanco, civilizado, europeo, sino con una profunda admiración. No exploró grandes territorios, pero después de volver, que tampoco era poco, decidió regresar. Y conseguir con aquel segundo viaje la soberanía española para 14.000 kilómetros cuadrados de extensión africana.
En ello quedó la aventura de Iradier. La colonización de África, el conocimiento del continente desconocido, no interesaban a España. Y de ello se quejó amargamente Iradier antes de morir en el olvido en la localidad de Valsain en 1911.
Noticia publicada en el diario EL CORREO el 6 de noviembre de 2009. Redactora: María Zabaleta.

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